Yo hablo con Dios

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¿Conoces a muchos que puedan decir lo mismo?

Dejé de preguntar. Ahora era yo quien estaba perplejo. Sentía una envidia tremenda (espero que sana) por su modo de explicarme lo que no es tan fácil de explicar. Tenía delante a un amigo de Dios. Tenía delante a esa buena gente de la que Dios se sirve para desmontar todas las complicaciones interiores que nos montamos los rebuscados y los soberbios. Tenía delante a un alma sencilla, delicada, limpia y con un gran sentido de la amistad… también a lo divino. Tenía delante a una de esas personas que te hacen sentirte mejor solo estando un rato con ellas, con lo que llegué yo solito a la conclusión de que ser amigo de Dios era también algo bueno para mí.

Cuando pienso en este chico sigo viendo la mirada de un tipo de 17 años que me enseñó, tal vez sin saberlo, lo que era la suerte de poder hablar con Dios. Sus palabras, su convicción y su ejemplo eran un libro abierto de qué y cómo hacer mejor los ratos de oración, los ratos de conversación personal con Jesucristo.